LEER: Desde los que hacemos posible Todos los Nombres de Porcuna, quisiéramos pedir disculpas a todas aquellas personas que se han puesto en contacto con nosotros a través de e-mail o facebook solicitando información sobre sus familiares, y que a día de hoy no les hemos contestado. Creo que son unas 25 peticiones las que tenemos sin atender, pero es que los medios de los que disponemos son escasos y el trabajo se nos acumula.

Gracias por vuestra paciencia, y esperemos contestar a vuestras peticiones lo antes posible.


- El monumento a la intolerancia y al fascismo se renueva en Porcuna (Jaén)
- El monumento a los "Caídos" sufre una gamberrada.
- Por la retirada de nombres y símbolos franquistas de Porcuna.
- Calles relacionadas con el franquismo y su exaltación en Porcuna
- La peculiar memoria histórica en Porcuna.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Díganos Sr. Rajoy: ¿ qué haría si ganara las elecciones con la Ley de Memoria Histórica?


Fuente: El Páis.com. 29.09.12

 "Que nadie se lleve a engaños si pretende diferenciar al PSOE del PP. No hay diferencias, nunca las ha habido y nunca las habrá".
PP y PSOE acordaron reformar la Constitución (sept.2011) para pagar la deuda de los bancos. Como si de una puta vieja se tratase, la Constitución está a diario en el ojo del huracán miediático (hoy le toca a CIU cuestionarla). Nadie la quiere reformar, pero cuando es en beneficio del capital y lo privado, los dos grandes del arco parlamentario no dudan ni un instante en unir esfuerzos para imponernos sus criterios neoliberales. Cuando las reformas (o simplemente la nulidad) se exige desde la calle o los grupos minoritarios parlamentarios, los grandes, junto a la monarquía y el capital, se enrocan sobre sí mismos en su defensa a ultranza. ¡Son la misma mierda!, el mismo perro con el mismo collar. Que nadie se lleve a engaños si pretende diferenciar al PSOE del PP. No hay diferencias, nunca las ha habido y nunca las habrá. Tienen firmado un pacto de Estado consistente en turnarse cada dos legislaturas. Es el retorno del sistema de la restauración borbónica del siglo XIX, el de los partidos turnantes y tunantes. Cuando uno gobierna consiente placenteramente los reproches del otro, sus críticas, la discusión bizantina sobre problemáticas intrascendentes social y políticamente hablando. Esas licencias permitidas son necesarias para mantener el "status quo", para hacernos creer, a través de los medios que ellos poseen, que todo está bajo control, que hay un gobierno fuerte y una oposición combativa, cuando en realidad existe el pacto del bozal, es decir, desviar la atención sobre los verdaderos problemas existentes. En este juego de poder, las militancias y votantes somos engañados una y otra vez. Creemos sinceramente que nuestra casta política lo da todo por nosotros, por los ciudadanos que sufren, pero en realidad, nuestra clase política se defiende así misma, como una manada de elefantes. ¡Son, como decimos, la misma mierda!, una especie a derrocar.

Noam Chomsky, en la segunda de sus “10 Estrategias de Manipulación”, "Crear problemas y después ofrecer soluciones", conocido también como método del “problema-reacción-solución”, nos viene a decir que el poder  "crea un problema, una “situación” prevista para causar cierta reacción en el público, a fin de que éste sea el mandante de las medidas que se desea hacer aceptar. Por ejemplo: dejar que se desenvuelva o se intensifique la violencia urbana, u organizar atentados sangrientos, a fin de que el público sea el demandante de leyes de seguridad y políticas en perjuicio de la libertad. O también: crear una crisis económica para hacer aceptar como un mal necesario el retroceso de los derechos sociales y el desmantelamiento de los servicios públicos". Nada de esto nos resulta distante en los últimos días: hemos visto infiltrarse a la policía entre los manifestantes del 25-S en Madrid, provocando violencia y caos, a la vez que argumentos sólidos para el gobierno: la anti-España se manifiesta y provoca el desorden; mientras la España que no se manifiesta, "aprueba" las medidas tomadas por el Gobierno para salir de la crisis. Crisis que no ha provocado la ciudadanía que se manifiesta, ni la que permanece en sus casas; sino los holding capitalistas apoyados por las socialdemocracias neoliberales.

Tercera concentración frente al Congreso de los Diputados. 30.09.12. Fuente: La Razón

Sea quien sea el autor/res que han provocado o incitado a la crisis económica, lo cierto es que está siendo aprovechada (quizás sea ese el objetivo) para descimentar todas las conquistas sociales conseguidas desde la revolución francesa; aparcando sine die aquellas otras que cobraban fuerza en los últimos años: ayudas al desarrollo, el medioambiente, energías alternativas, mejoras de las prestaciones sociales o la propia memoria histórica.

Pues bien, aquí entroncamos con los Presupuestos Generales del Estado para el 2013. ¿Cómo podríamos calificar estos presupuestos?. Podríamos decir que son los presupuestos de la austeridad, pero eso ya lo dijo Rajoy el año pasado; o bien decir, que son los presupuestos del tijeretazo, aunque éste ya lo ejerció Zapatero en el 2010. Como vemos, PSOE y PP vuelven a coincidir en sus estrategias económicas, amén de modificar a esa puta vieja conocida como Constitución; y condenarnos sin duda, a los presupuestos más restrictivos de nuestra historia reciente, donde se desploma el gasto social, las infraestructuras y las transferencias a las comunidades autónomas; frente a las inyecciones de capital a la banca.

No debemos de extrañarnos, en suma, de los apocalípticos titulares que daban algunos rotativos matutinos que hacían alusión a los nuevos tijeretazos de nuestro paisano el Sr. Montoro. Era obvio que una de las partidas que más sufriría la hoz sin martillo de estos presupuestos sería aquella relacionada con la recuperación de la "memoria histórica". Esto no era una novedad. La novedad ha sido sin duda dejar a cero la partida presupuestaria para estos cometidos como recogen hoy los diarios "elcorreo.com", los informativos de radiotelevisión española, diario "ideal.com", u otros medios al uso. El periódico conservador La Razón lo titulaba así: "Sin dinero para la Memoria Histórica". Efectivamente, el gobierno de Rajoy ha eliminado los 2,5 millones de euros presupuestados en 2012; a los que hay que unir cerca de 4 millones recortados en 2011 y la reciente disolución de la oficina de Víctimas de la Guerra Civil y de la Dictadura.  "¿Díganos qué haría si ganara las elecciones con la Ley de Memoria Histórica?", le preguntaron los periodistas a Rajoy. "Yo, desde luego, eliminaría todos aquellos artículos de la Ley de la Memoria que hablan de dar dinero público para recuperar el pasado. Yo no daría ni un solo euro del erario público a esos efectos", contestó el entonces líder de la oposición y actual presidente del gobierno.

De "inhumano" lo ha calificado la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. “Es una noticia esperada. La crisis económica supone la excusa perfecta para eliminar las subvenciones sin un coste político. El motivo, no obstante, no es económico sino ideológico”, denuncia Emilio Silva, presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica al diario El Público de hoy. 


Fuente: El País.


Por el contrario, varias son las partidas presupuestarias que no se reduden o que lo hacen muy discretamente. Ejemplos: la financiación de la deuda o la inyección de capital a la banca. Por el contrario, otra de las "instituciones", la monarquía, consensuada y mantenida por el PP y el PSOE, experimenta una bajada de un 4% con respecto al ejercicio anterior, quedándose en 7,93 millones de euros anuales de gasto (¿¡?).



En fin, el Presupuesto de 2013 parece a todas luces que seguirá empobreciendo a los españoles y ampliando las diferencias entre pobres y ricos, eliminando en cuestión de pocos años a toda la clase media española, si es que ésta alguna vez exisitió. Por el contrario, hay ciertos poderes que gozan de una salud de hierro, y nos referimos concretamente a los gastos militares, o llamados eufemísticamente de "defensa". Así, el gobierno del Sr. Rajoy, según publica el BOE del pasado 8 de septiembre, ha aprobado un crédito extraordinario por importe de 1.782.770.890 euros «para atender al pago de obligaciones correspondientes a Programas Especiales de armamento por entregas ya realizadas», donde, por ejemplo, un carro de combate Leopardo vale cerca de 300.000 euros o un obús 16.000 euros.

Se da aquí la séptima estrategia de Chomsky, "mantener al público en la ignorancia y la mediocridad", es decir, "hacer que el público sea incapaz de comprender las tecnologías y los métodos utilizados para su control y su esclavitud". 

Amén ...


miércoles, 26 de septiembre de 2012

La Asocación para la Memoria Histórica recurre el archivo de la fosa de Lorca

El poeta Federico García Lorca junto a Margarita Xirgu protagonista de María Pineda / Hemeroteca

La asociación considera que existen "fundamentos jurídicos" para mantener que los hechos deben ser investigados como "crímenes de lesa humanidad"      


La Vanguardia. 20.09.12. Granada. (Europa Press).- La Asociación Granadina para la Recuperación de la Memoria Histórica (AGRMH) ha presentado un recurso contra el auto del Juzgado de Instrucción número 3 de Granada que archiva la investigación penal por la posible comisión de un delito de múltiples detenciones ilegales de personas en 1936 en relación con la fosa de Alfacar (Granada) en la que supuestamente yacen los restos del poeta Federico García Lorca, el maestro republicano Dióscoro Galindo, y los banderilleros anarquistas Francisco Galadí y Joaquín Arcollas. 

El presidente de la AGRMH, Rafael Gil Bracero, considera que existen "fundamentos jurídicos" para mantener que los hechos deben ser investigados como "crímenes de lesa humanidad", que no prescriben por la Ley de Amnistía de 1977, en contra de lo que argumenta la juez Aurora Fernández, que señala en su auto que "no hay delito".

Gil Bracero ha criticado el contenido y el lenguaje utilizado por la magistrada en la resolución, donde alude por ejemplo al "alzamiento nacional", lo que revela "una casta un tanto conservadora". 

Por otra parte, la AGRMH está dispuesta a apelar a todas las instancias posibles para que se investiguen los crímenes del franquismo, y no descarta acudir al Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, ya que le avala, ha indicado Gil Bracero, la oficina de la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Navi Pillay, que pidió el pasado mes de febrero a España la derogación de la ley de amnistía de 1977 porque incumple la normativa internacional en materia de Derechos Humanos.

Además, la AGRMH continuará por la vía administrativa en el caso de la exhumación de las fosas de las víctimas de la Guerra Civil y el franquismo, e incluso podría iniciar de nuevo el proceso para la apertura del enterramiento en el que podría encontrarse el poeta, siempre y cuando el colectivo cuente con la petición de los familiares de Galadí o Galindo, que ya en 2009 impulsaron la excavación fallida en el Parque Federico García Lorca de Alfacar.

"Nosotros no buscamos los restos de Lorca, sino que queremos dar satisfacción a tantas familias que tienen a sus parientes tirados en las cunetas entre Víznar y Alfacar, y también en el resto de la provincia", ha aclarado Gil Bracero, que ha pedido a los jueces que "no miren para otro lado" en este asunto.



lunes, 24 de septiembre de 2012

Alfredo Callado Hueso (Retrato breve), por Alfredo González Callado



Colaboración ...
Alfredo Callado Hueso y su esposa Carmen Garrido de Dios

Dos veces estuvo mi abuelo Alfredo delante del pelotón de fusilamiento, no sé dónde ni cuándo, aunque sé en un por qué confuso; ni si en frío ni si en calor, si era invierno o era verano, pero sí que estaba en hambre, en rabia, en desilusión y en melancolía: los cuatro símbolos de los vencidos. Y estaba mi abuelo Alfredo en batallas ganadas y en guerras perdidas, y en un futuro de escarmiento , futura represión y autocomplacencia: esa impresión de los de la gorra de plato, los tricornios y los cara al sol de todas las mañanas: ese estigma y esa santidad de los vencidos; y esa pobreza extrema del estómago y de la mente puesta en el juego del toma y daca, en el que siempre ganaba el toma, para hacer del estómago la conciencia, si no más verdadera, si la más necesaria.

Dos veces estuvo mi abuelo Alfredo Callado Hueso delante del pelotón de fusilamiento, con el aliento del odio en frente enfangado y criminal en los gatillos de los fusiles nazis, pero, en ninguna de las dos veces mi abuelo Alfredo fue fusilado, que, en ambas, a última hora, , el berrido de los fusiles disparados quedó sustituido, o interrumpido, por una voz de alto el fuego y una orden de que el preso rojo Alfredo Callado Hueso abandonara las tapias blancas donde quedaban bordadas, como en un besamanos de piedra y cal, las balas de los vencedores, tal cual beatas reliquias, y se encaminara el preso hacia las rejas de la celda de su penal.

Dos veces estuvo mi abuelo Alfredo con la muerte agarrada a su garganta, pero en ninguna de esas dos veces, en ninguna de esas dos veces de su boca salió el grito final y victorioso de un viva la República, antes de ser muerto para siempre, antes de quedar en sangre, quedar en ayer, quedar en nada, que siempre a última hora le llegaba el beneplácito pasajero de la conmutación de su muerte en el acto por un morir poco a poco gracias a los movimientos, las súplicas y las sangres de un sobrino suyo victorioso en la victoria del general, que así arreglaba los desarreglos familiares.

Dos veces, una más que el coronel macondés Aureliano Buendía, estuvo mi abuelo Alfredo frente a la fusilería de los sublevados, en su traje de preso, en su traje de pobre o en su traje abuelo: delgado como vara , joven envejecido en barba blanca mal afeitada, puño en algo y ojos negros los que fueran tornasolados, y las dos veces volvió a su celda, volvió a su manta de camastro, a su agua con vegetales, a su silencio del que todo lo piensa, al suplicio del que nada pide, al final de haber sido derrotado y tener que estar ya para los restos mirando para los suelos como buscando por ellos, la mancha última, la última estela de la tricolor, como para no pisarla, pisotearla más.

Dos veces estuvo mi abuelo Alfredo delante del pelotón de fusilamiento y las dos veces quedó en pie, perdido, aislado, incomprendido, solo y tétricamente tremendo entre los bífidos silbidos de la metralla que siempre iban a parar a los famélicos cuerpos de sus compañeros de batalla perdida, de sus compañeros de hierros, cuerpos de los no arrepentidos, aun siendo arrepentimientos sus muertes para los agraciados, muertes que ya iban bordando la retahila cruel de las madres, las viudas y los huérfanos, ese quedar a merced de los odios, tratados como desperdicios en la nueva España de los impostores, los impositores y los teatreros.

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Pero, en la casacovacha, en la casacueva, en la casapaja de mis abuelos, número 44 entrando en el solar de la Casa grande nunca se hablaba de eso, que había como una especie de miedo, una especie de pudor, una especie de paredes que escuchan, con paralelismos de venganza, de más venganza aun, y era una casa que parecía estar en las nieblas de la resignación, del arrepentimiento, de un perdónanos dios nuestros pecados lo mismo que nosotros perdonamos a los torturadores tuyos y nuestros, con paralelismos de vergüenza, que a pesar de todo estaba más en la resignación que en el arrepentimiento, y un desear con los dedos cruzados, estar más en el olvido que en la memoria a la hora de sacar a la luz de la oscuridad impuesta aquel retrato del ficticio fusilamiento que parecía una historia ya de la antigüedad innombrable, como sacada de una oratoria ciega de peregrinos con versos, pero sintiendo si no era aun peor seguir vivo entre tanta muerte, seguir vivo en esa otra celda de las cuatro paredes de una casa, sin barrotes pero con miradas, con oídos , sin guardianes pero con impostores, que hacían de ese miedo de ayer, aquel mismo miedo de hoy, esa miedo eterno. Enterrado en esa casa, como muerto en su fosa, como perdigón en su jaula, siendo todo el exterior el misterio fusilero y vergajal de los que presumían de victoria y exigían brazos extendidos como queriendo dar la extremaunción a las moribundias rojas.

En la casa de mi abuelo Alfredo nunca se hablaba de aquella muerte que nunca llegó, ni se hablaba de aquellos años de presidio, que unas veces se decía que fueron trece años, otras veces quince y otras diecisiete, o, si se hablaban de todas esas cárceles , de todas esas penas, sería en un aparte de la niñez de los nietos, unas conversaciones que se hablaban a los hijos, pero que los hijos guardaban como lo innombrable , en los hijos todos que quedaron, para luego quedarse encerradas las palabras entre los cuatro rincones de la cabeza, entre las cuatro esquinas de lo sagrado, entre los cuatro puntos cardinales del inconsciente hasta redundar con todo en el olvido, en lo que debe ser sustituido por el alegrón del despertar de todos los días en una cama propia y rodeado de la pobre y haraposa trupe del hogar.

En la casacueva de mis abuelos un perol, otro perol de agua con verduras y colas de pescado para el almuerce familiar del arroz quinquillero y una algarada, más que una algarabía de los ocho hijos, que trece, quince o diecisiete años después vieron regresar a un viejo ya dado de baja en la vida para siempre al que a penas se reconocía si no era en recuerdos, recuerdos estos a los que se veían abocados a olvidar si no querían caer en el error macabro de los facinerosos de las camisas azules y las guerreras blancas, que estaban aguardando, deseando la menor baja palabra, el menor despeñe, la más tierna nostalgia, la más oscura imagen, o el más personal de los sueños para caer sobre ellos, y hacerles padecer en los hijos los supuestos males del padre, quedando todo en el sanbenito de los males familiares como la única herencia para varias generaciones, que ya bastante era estar vivamente delgados tras tantos padecimientos y tantas hambrunas, con el padre preso, la madre en viuda, de negro y rezo y ocho hijos esperando el pan o esperando el trigo, pero siendo el único pan que a diario entraba a la casa pan que iba a la talega Manuel, el hijo mayor, que era el único que trabajaba y el único con la capacidad extrema de poder convertir el agua en vino, multiplicar los panes y los peces y hacer de los estómagos algarabías de verbena, pues milagro era, tras tantos años de penurias, que al regresar el abuelo de los pelotones de fusilamiento y los vergajos negros, encontrarse a una mujer, ya envejecida para siempre, y a los mismos ochos hijos, sin comida, sin escuela, sin futuro, pero vivos.
La familia

Un viejo abuelo Alfredo el que se presentaba a sus hijos, como salido de una tiniebla, de una tiniebla del ayer, que, tras trece, quince, diecisiete años, los hijos parecían ser hijos de otro, hijos ya bicolor, agrandados, camperos, rebuscadores, ladronzuelos nocturnos de los garbanzos rebuscados de las eras, las habas de los haberes, los melones de los melonares y hasta las aguas de las fontanas.

Alrededor del hogar una mujer vencida, Carmen “La coja”, esa carmencoja que se pasaba los días andando la carretera de Porcuna a Jaén para llevarle al preso las escasas verduras de los huertos, las embutidas carnes de las matanzas, los pestiños de la paz del señor sea con vosotros, esa manta y esa muda y ese retrato de hijos necesitados.

Alrededor del hogar , la mujer vencida, envejecida, dejada de todas las manos; un joven avejentado luciendo prendas pobres en contraste con las benevolencias del ayer, de ese ayer de hacía tres días, seis muchachotes que fueran niños ayer: Manuel, Benito, Alfredo, Julián, Gonzalo y Gaspar, y dos hembras que fueran niñas antes de las prisiones, y que trece, quince, diecisiete años después eran ya mozas casaderas, sin ajuares para las bodas, pero ya deseando dejar esas pobrezas para ir al matrimonio de las pobrezas nuevas, pero como más anchas de espacios; Marina y Tremedad.

Pero, alrededor del hogar de esa casa de la Casa grande, todo era un miedo y un silencio a esa guerra, a esa guerra perdida, a esas cárceles y a esos fusilamientos sin balas.Sin embargo, en voz baja, como a escondidas, como con miedo a la solidez real de las paredes y la claridad del agua de los cántaros de las cantareras, mi lalo Alfredo y mi lala Carmen comentaban, nos contaban, en lugar de cuentos tradicionales o en lugar de cantarnos coplillas de las eras, los beneplácitos de aquella II República que se llevó la guerra, en que la familia estaba aposentada en el bienestar, la vida era como una sonrisa, de trabajo en trabajo, y la convivencia era una comunión abrazada a la armonía y entregada a la libertad,

-“¡Con lo bien que vivíamos antes!”

Porque, para cuando antes de la guerra y en la guerra aun, tenían las comodidades de las casas grandes, anchas, largas, espaciosas, con huerto, y cámaras individuales, y cuadra, y patio y pajal y bestias y estercolero. Una en la calle Peñuela, y otra en Sebastián de Porcuna, y unas cuantas faneguillas de de tierras de olivos por los antiguos y míticos humedales de la Huerta del Comendador, y unos cuantos miles de reales republicanos que fueron papel mojado cuando les cambiaron las pinturas, aun más papel mojado que los olivares de la Huerta del Comendador.

La casa de la calle Peñuela fue cambiada por un saco de pan y una recia pelliza de segunda o de tercera mano. La de la calle Sebastián de Porcuna por una corta temporadita fuera del infierno de las hambrunas. Los olivares de la Huerta para completar olivares anejos y hasta una moneda romana que se decía de oro fue a parar a las manos del Capitán Ostos por otro saco de pan y otra pelliza de repuesto y unos jornales por los campos de su excelencia.

Pero todo lo demás en casa de mis abuelos, tras esos trece, quince ,diecisiete años de prisiones, sólo se puede explicar con una palabra, sola, simple y sencilla, la palabra silencio, sinónimo de la palabra miedo y sinónimo de la palabra aislamiento. En este hogar de vencidos, numero 44 de la calle Santa Ana, cuando esta ya es Casa grande, se implantó el silencio como en el alma se plantea la duda de su existencia y en la palabras que se pronunciaban se buscaba el sentido seleccional sumiso y servil para que los murmullos no fueran tomados por palabras disidentes.

Yo, cuando conocí realmente a mi abuelo Alfredo, mi abuelo ya era un vejete triste, un vejete amargado, un vejete perdedor eterno, de voz adentro nostálgico, de voz afuera entregado a la causa de ser callado, como su apellido, aunque las voces interiores le rebulleran y se le salieran por los ojos, incluso por su ojo bizco, ese que miraba desde los abismos y las utopías todo el coraje de seguir siendo un eterno inconformista , un rebelde ya sin rebeldías que de fender ni edificar.

Mi abuelo Alfredo era alto, todo lo alto que le pudiera parecer a un niño que lo miraba como queriendo sacarle todos los misterios que sabía guardaba, todas las palabras que callaba, todos los recuerdos a los que no se podía ir porque estaba prohibido recordar, porque no se podían ni decir, ni pensar, ni soñar si quiera, que había gentes que se adentraban en los pensamientos, y otras gentes capaces de inmiscuirse en las nostalgias de los recuerdos, incluso gentes capaces de hacer decir lo que no se decía: por las aceras, por los rincones, bajo las camas, sobre las mesas, dentro del rebullir de los guisos, en el agua náutica de las cantareras, en las pajas de los pajares, en los granos de las cebadas, en los relinchos de las bestias de las cuadras, en los verdes de las hortalizas y el arco iris multicolor de los geranios, las gentes de las que no se hablaban pero se sentían, las gentes que no se sentían pero se presentían, las gentes que nunca pasaban pero parecían estar siempre ahí, esperando, deseando más que esperando la memorización de una palabra, la tenebrez de un sueño, la caída de un mal despertar para abrir las puertas y sembrar los terrores. Un niño que miraba al abuelo como queriendo sacarle todas las verdades y todas las mentiras.

-“Alfredo –me decía- salte a la puerta del Corralón y miras por si ves venir a los municipales, a la guardia civil. Y si los ves, si los presientes incluso, vienes corriendo y me avisas. Y el Alfredo nieto se esquinaba silencioso y vigilante en el quicio de piedra encalada del noble arco con su escudo de abolengos perdidos que daba su entrada a la Casa grande, oteando todos los horizontes de la calle Santa Ana con sus callejuelas y sus aires por si por la calle subían, bajaban o aparecían por las callejuelas los hombres de las armas, los de las gorras de plato o los de los tricornios con bigote, los que querían meter de nuevo a mi abuelo en sus cárceles o en sus palizas, mientras los niños jugaban al pincho en el húmedo solar dejado por la Casa rota y las niñas se entretenían en las chanflas o en las gomas sobre los adoquines enyerbados y descendientes en escalones amplios de la calle, mientras mi abuelo, siempre de invierno, como si el frío de la cárcel no se le hubiera ido nunca bajaba la radio de su repisilla con su mantelito primoroso de blancura y de encaje y pegándosela al oído, como si se pegara un beso, o queriéndola hacer parte de su cabeza escuchaba en el volumen más bajo posible el chirriar de luciérnagas de la Radio Pirenaica.

Nunca vi bajar ni subir municipal ni guardia civil alguno, ni hombre con cara de ser el malo de los comentarios, pero qué importante me sentía yo siendo cómplice de mi abuelo: “Y no se te ocurra abrir la boca”. Sólo le faltaba decir “Qué me matan”. Y Alfredo Callado, nieto y en heredad de nombre y de apellido se sentía el héroe guerrero y literario de ese viejo con barba blanca y bizquera del que otea todos los horizontes escuchando las lejanas voces inconformistas y guerreras de Dolores Ibárruri o Santiago Carrillo, o sea, de los que años más tarde supe que se llamaban así, y siempre como presintiendo un miedo impuesto en esos ratos de esquina espiando la posible llegada de los hombres malos, de esos que sí eran los “tíos del saco”.

Mi abuelo Alfredo era alto, seco en el comer de lo imprescindible, escueto como un renglón en blanco, enjuto como arbolillo de lindón al que torturan las sombras y las malas tierras, agrio como si siempre tuviera un limón torturándole los dientes , los paladares y las dulzuras, que el tiempo me dijo que fuera más de malestar, pesadumbre, podredumbre que de carácter, aunque mi abuelo Alfredo viviera ya eternamente en el mal carácter de los que todos los días perdían una guerra, de los que se maltrataban el pensamiento preguntándose qué mal hicimos para traer tanto daño cuando sólo pretendíamos el bien de la humanidad, el perdón por siempre de los pecados , el pan para todos los estómagos y el conocimiento para todas las cabezas. Mal carácter que era mal genio, el mal genio del que tiene que estar soportando todos los días y todas las horas una situación para la que no había nacido, por la que no había luchado, y sentir el martirio de un general enano que parecía no querer morirse nunca como si estuviera tocado por la varita mágica de todas la providencias.

Vista de la Casa Grande

Mi abuelo Alfredo nunca se movía de su silla de anea, arrimadillo siempre, invierno o verano a la mesa camilla con su rancia sayuela y su brasero para el picón, si encendido de ascuas en invierno, si no en verano aguardando los fríos. A su derecha la pared de las cantareras y la radio que pocas veces se escuchaba en sus coplas sino en los interludios casi silentes de lo subversivo, y a su izquierda el hogar de la chimenea y su Carmen apañando el avío de todos los días, que si garbanzos, que si arroz, que si habichuelas, que si lentejas.

Mi abuelo Alfredo sentado en su silla de anea, su mesa camilla, su Radio Pirenáica y sus cigarrillos “Ideales”, desemboquillados y amarillentos, de esos que yo le traía del estanco de Palomo, y sin más calle que las cuatro losas de piedra que iban de la mesa a la cama del dormitorio, sin más curvas ni más esquinas que el subir y bajar las escaleras que iban del portal al pajar y sin más Paseo de Jesús que el paseo que iba de su casa a la cuadra y de la cuadra al estercolero, y sin más conversación, ni taberna que la tertulia, atardeciendo, con el vecindario de la Casa grande, y sin más fiesta que los orgullosos recuerdos del ayer, en tricolor y en libertad, que todas las fiestas en casa de mis abuelos acabaron cuando el general ocupó todas las españas, y porque por las fiestas desfilaban las gorras de plato y los tricornios, y entre las festividades guardaban sus odios y sus vergajos los vinagreros, los párragas, los tranquillas, los rabito mona, los pepones, los tambores y los matías: aquellas alimañas nacidas de los vientres pobres y los puños cerrados entregadas a la causa ahora de ver enemigos por todas las paredes.

Melonero de melonar con su choza, su perro y sus perrasgordas. Jornalero en todos los ajenos campos de los vencedores, con el bizqueo de su nombrajo encrespando todos los abismos.

-“Lalo, ¿Tú nunca sales de la casa? Le preguntaba yo.De su casa chica o de su Casa grande”
-“No más antes, pero sin pasar de la taberna de Tomás “El guiñolero” por las Cuatro esquinas, y todo lo más de la taberna del Rano, por el Llanete cerrajero”

Y mi lala Carmen de su casa a la tienda de Anita, por la calle Huesa, o de su casa a la panadería de Ginés y Luciana, con sus pesetas del pan en la mano.

Mi abuelo Alfredo, con su mismo pantalón siempre, o lo que parecía ser el mismo pantalón siempre, gris y a rayas camperas, que lo mismo servía para segar espigas que para dar un pésame, su blusón grisáceo abotonado hasta la garganta para que no entrara ningún frío, con bolsillo para el tabaco y los chisques de mecha, su camisa blanca en ese blanco pajizo y antañoso y su gorra de visera sobre la blancura de su cabeza haciendo muro de su frente y pedernal de su boca, que mi abuelo Alfredo hablaba poco, quizá porque todo se lo callaba o porque todo estaba dicho ya, pero cuando elevaba la voz, de su boca salían todas las leyes fundamentales del catecismo y la santa iglesia católica, pero vuelta del revés, que mi abuelo maldecía siempre con palabras sagradas.

*****

No, en la casa de mis lalos Carmen y Alfredo nunca se hablaba del ayer, aunque siempre se estuviera pensando en ese ayer, quizá para hacer menos enojoso aquel ogaño que todos los días los despertaban tristes, pobres, perdedores y entregados.

*****

Un martes, 13 de abril y santo de 1975, encontré a mi abuelo Alfredo muerto, entre la cómoda de madera y la cama de su reposo. A su lado, una moneda de cinco duros con la imagen del general……

Ahí comprendí, aunque lo comprendiera después, porque mi abuelo nunca nos daba ni una peseta ni un real a sus nietos de leche, ni en fiestas de guardar ni en remembranzas de fiestas profanas. Quizá por el sólo hecho de no tocar las monedas por donde aparecía esculpida la carota, carota y gorda y mítica y mística del general de todas las españas, como si fuera un dinero sucio, unas monedas que manchaban; como si al tocarlas comulgara con la mala comunión de esa nueva España, fea, triste, tricornial y macabra, cuando tan alegres y humanos fueran los pocos años de los tres colores.


Alfredo González Callado
(En Martos y en septiembre de 2012)

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Las imágenes son también del autor, al que agradecemos sin duda su colaboración en nuestro blog.



lunes, 10 de septiembre de 2012

Porcuna: la tragedia de la Iglesia de Jesús y el Consejo de Guerra del 24 de agosto de 1939. III Parte.


Falangistas en el Ayuntamiento de Porcuna
Autoridades franquistas en la Porcuna de posguerra
Como decíamos anteriormente, Víctor Funes Pineda se convirtió en una verdadera pesadilla para aquellos que provenían de la zona republicana. La sed de venganza y el odio eterno hacia aquellos que él creía responsables de todas las desgracias familiares durante la contienda, lo convirtieron en el hombre más temido, y a la vez odiado de la localidad, que hasta el propio franquismo intentó olvidar no roturándole calle alguna, como había hecho con algunos de sus ancestros. Evidentemente no fue el único, pero resulta difícil comprender el omnímodo poder que llegó a tener en los primeros meses de posguerra; un poder que estaba por encima de la autoridad militar, del por aquél entonces primer juez instructor de la plaza, el teniente y abogado José Luis Amador Roldán; así como del resto de “autoridades”, como los Jefes Locales de Falange, los excautivos Salvador Gallo Aguilera, capitán retirado de caballería y Presidente de la Diputación de Jaén en 1940 y Javier Morente Garrido; el Secretario de FET, también excautivo, Alberto Barrionuevo López-Obrero; los alcaldes, Antonio Gallo Aguilera o el expreso Benito Garrido Palacios y demás poderes, incluidos los eclesiásticos. Solo la temida Guardia Civil, dependiente de la autoridad militar, aceptada las delaciones con la misma celeridad. A Víctor Funes nadie le puso freno, ni nadie puso de manifiesto sus abusos en esos primeros meses. Contó con la colaboración, el beneplácito y los medios necesarios, no sólo de las autoridades provinciales, sino de los terratenientes y caciques locales, que vieron en él un instrumento depurador contra la canalla marxista. Tampoco le faltaron matones del tres al cuarto para realizar el trabajo sucio. Así, entre los excautivos condenados por los Tribunales Populares de la República, se encontraban los antiguos pistoleros y lacayos del señoritismo o de la Falange porcunense, destacando por su crueldad en la represión personajes que han quedado fosilizados en la memoria colectiva de los vecinos de Porcuna, como Fernando Lupiáñez Ocaña, “El Vinagrero”, Matías Ruano Ortega, “El Municipal”, Benito Pérez Bellido, “Tranquilla”, Valeriano Párraga Quero, Ricardo Recuerda Millán, “Rabito Mona”, José Bermúdez López, “Pepón”, Tomás Aguilera Villa, conocido como “El Vizquillo” o “El Tambor”, y otros muchos al servicio de los vencedores. La crueldad de algunos de ellos con los prisioneros no tuvo límites. Así lo recoge por escrito un testigo que sufrió en sus carnes el presidio porcunense, Emiliano Rodríguez Garrote. Dicho salvajismo lo hemos confirmado también en las propias declaraciones de algunos de los verdugos o las víctimas en los expedientes sumariales de los consejos de guerra, siendo uno de los más explícitos y jugosos, documentalmente hablando, el abierto al que fuese secretario del ayuntamiento, Manuel Fernández García, del que luego hablaremos. Los malos tratos, las torturas y las muertes fueron tan frecuentes y sonados en la Porcuna posbélica, que hasta el propio juez militar, excombatiente durante la guerra y nada sospechoso de indulgencias, exigió a la gestora del Ayuntamiento el cese inmediato, primero de Matías Ruano Ortega y, segundo, del “Vinagrero”, como jefes del depósito carcelario. El cinismo histórico quiso que los dos fuesen unos de los primeros afiliados al PCE en Porcuna, cuando éste fue fundado en 1932 por el tosiriano y líder provincial comunista Cristóbal Valenzuela Ortega. El primero, pese a los atropellos cometidos, fue nombrado guardia municipal, ostentando importantes cargos policiales y de gestión consistoriales durante el franquismo; y al segundo, Fernando Lupiáñez Ocaña, ingresaría como guardia de campo, aunque su final fue al parecer trágico. El sustituto de éste sería José Moreno Vallejos, otro excautivo, que ostentó tan deplorable honor desde finales de septiembre de 1939 hasta el 9 de mayo de 1940, momento en el que es suplido por el Jefe de Policía de entonces, Ricardo Recuerda Millán, “Rabito Mona”, en un momento ya, donde la cárcel habilitada de Jesús había dejado de funcionar.

Continuará ...

viernes, 7 de septiembre de 2012

Porcuna: la tragedia de la Iglesia de Jesús y el consejo de guerra del 24 de agosto de 1939. II Parte.

Torre Nueva, cárcel de posguerra
Torre Nueva, presidio durante la posguerra
La Iglesia de Jesús no fue el único presidio habilitado de Porcuna. La Torre Nueva, que había jugado un papel estratégico durante la guerra, volvería a ser cárcel. En sus dos plantas se repartían varios habitáculos a modo de celdas, y a ellas fueron a parar aquellos presos que recibirían un tratamiento especial antes de ingresar en la ermita. Muchos de los que visitan hoy en día el Museo Arqueológico de Obulco, es decir, la Torre Nueva,  se llevan una imagen romántica y legendaria de la misma. De hecho, esta Torre fue bautizada por los eruditos y románticos como de “Boabdil”, pues allí estuvo preso el último rey nazarí. Incluso, los más crédulos, cuando ven las cadenas argolladas al muro, aún piensan que esas debieron ser las ataduras del Rey Chico. Por el contrario, nadie sospecha, porque nadie se lo ha explicado, que en aquella Torre calatrava, en la que nunca estuvo el hijo de Aixa, fueron maltratados y torturados docenas de hombres en la posguerra. Varios fueron los casos de muertes violentas y suicidios los que se produjeron en aquél lugar. Juan Cámaras del Moral se suicidaría arrojándose por una ventana huyendo de sus torturadores o incitado por ellos; y, Juan de Mata Cespedosa del Pino, apodado “Trepaollas”, subjefe la policía municipal con el Frente Popular, fue brutalmente torturado, y finalmente asesinado un 14 de octubre de 1940, aunque en su partida de defunción sólo aparezca un lacónico “muerte por asfixia”. El suicidio es un fenómeno anómalo de la posguerra que en Porcuna tiene unos niveles altísimos. Aunque es difícil de dilucidar sus causas, muchos fueron sin duda, producto de la represión y las torturas. Pozos, cortijadas, caminos e incluso arroyos fueron los lugares preferibles de los suicidas. Los malos tratos, los tormentos o la inducción al sucidio no fueron los únicos. Las víctimas encarceladas también sufrieron los martirios psicológicos. Así, por ejemplo, Bernardino del Pino Torres, primer bibliotecario que hubo en Porcuna en 1934, fue detenido el 29 de abril de 1939. Tras pasar por las caballerizas del cuartel de la Guardia Civil, donde fue golpeado salvajemente por el sargento, fue encerrado en la Torre. Allí, desde sus ventanucos, pese a sus súplicas, impotente y enojado, tuvo que contemplar el tránsito de la “caja de la caridad” en dos ocasiones: una el dos y la siguiente, el siete de mayo de 1939. En ellas iban sus hijos Luis y Ramón, de 6 y 5 años de edad respectivamente. A Bernardino no lo dejaron asistir al entierro de sus propios hijos. Aquello le marcaría de por vida.

Bernardino del Pino Torres, en una fotografía de los años 50
Bernardino del Pino Torres, en una fotografía de los años 50.

Pues bien, por estos presidios habilitados, improvisados e inmundos pasaron 244 vecinos de Porcuna, según se desprende de la relación de reclusos que recientemente hemos localizado en el Archivo Histórico de Porcuna, y que pronto haremos público para conocimiento general.

Juan de Mata Cespedosa del Pino

En la Porcuna de posguerra terminar preso en la Iglesia de Jesús era bastante sencillo. Solo hacía falta una denuncia verbal de alguno de los sabuesos que rondaban la sede Falange, el Ayuntamiento o el cuartelillo de la benemérita. De hecho, no son más de 25 los denunciantes en los cerca de 300 expedientes consultados por nosotros en el Archivo Histórico Militar de Sevilla. Algunos de ellos habían estado presos con los “rojos” y otros, sin estarlo, habían perdido a algún familiar durante la contienda. No faltaron las rencillas personales, las delaciones por deudas económicas o el desaire a la competencia profesional. Aún así, el principal móvil que indujo a la denuncia fue la venganza, una venganza que no tuvo límites, que se sirvió fría, y que en los primeros meses de posguerra tiene nombre propio, Víctor Funes Pineda, médico titular desde 1909 en Porcuna, terrateniente e industrial, conocido como el “Sr. Muerto”, que ejerció como Delegado Local de Información e Investigación de FET y de las JONS desde los meses de abril a septiembre de 1939.

Continuará ....