REPRESIÓN Y MUERTE EN PORCUNA (JAÉN): PRIMEROS INDICIOS PARA LA LOCALIZACIÓN DE UNA FOSA CLANDESTINA DE POSGUERRA (1939-1940)
Arturo del Pino Ruiz
Arqueólogo-Conservador de Patrimonio Histórico
Comunicación ofrecida presencialmente el 11 de septiembre de 2025 en el I CONGRESO INTERNACIONAL: «ARQUEOLOGÍA E HISTORIA DE LA GUERRA CIVIL Y EL FRANQUISMO (1936-1975)». Granada, 10-12 de septiembre de 2025
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INTRODUCCIÓN
Buenos días, antes que nada me gustaría felicitar a los organizadores de este Congreso Internacional tan necesario para poner voz a los sin voz, la Universidad de Granada y el Ministerio de Política Territorial y Memoria Democrática, por lo acertado del mismo, viniendo a llenar un vacío para todos aquellos que nos dedicamos a la Historia y a la Memoria fuera del ámbito académico.
Mi nombre es Arturo del Pino, arqueólogo y conservador de patrimonio histórico, y represento hoy aquí al grupo Todos los Nombres de Porcuna, compuesto por historiadores y familiares víctimas del franquismo. Nuestro proyecto es colectivo y solidario, al servicio de los derechos humanos, y tiene como finalidad ayudar a reconstruir las historias de aquellas y de aquellos que sufrieron la violencia franquista en sus carnes, para devolverles, de alguna manera, la dignidad que les fue arrebatada.
Dicho esto, y teniendo en cuenta la limitación del tiempo, vamos a intentar contribuir desde la historia local a la global de una manera objetiva y científica, analizando el caso concreto de Porcuna desde el punto de vista del horror y el terror en los meses inmediatos a la finalización de la guerra (in)civil, pero sobre todo, dejar por escrito que en Porcuna sí existen fosas del franquismo frente al negacionismo histórico de las administraciones, especialmente la local.
En este trabajo se entrecruza la arqueología, la documentación histórica depositada en archivos, la memoria oral como fuente narrativa, y una obra autobiográfica de primer nivel para comprender la inmediata posguerra en esta localidad, las memoria de Emiliano Rodríguez Garrote (1982), «Odisea de un antifascista en la España de Franco», como testigo directo de aquél terror caliente de la primavera al otoño de 1939.
«VENCIDOS» Y ARMADOS DE DIGNIDAD. EL TERROR CALIENTE DE LA PRIMAVERA AL OTOÑO DE 1939. LA CÁRCEL HABILITADA DE LA IGLESIA DE JESÚS.
Finalizada la guerra civil vuelven a Porcuna los cerca de 8000 refugiados que la habían abandonado en el mes de diciembre de 1936 cuando las tropas franquistas tomaron la localidad.
De manera inmediata y precipitada, los «vencedores» habilitaron dos campos de concentración en los municipios de Higuera y Santiago de Calatrava que sirvieron como filtro para la depuración de responsabilidades, con una finalidad claramente clasificatoria y punitiva. Allí darían con sus huesos cientos de porcunenses que del purgatorio concentracionario pasarían al infierno carcelario.
En Porcuna, en los primeros días de abril de ese año se habilitó como cárcel una antigua iglesia, conocida popularmente como de Jesús. Ésta, alejada de la población y abandonada, sería la «casa de los horrores». Además de la iglesia-prisión, funcionaron varios centros de clasificación, tortura y tránsito, uno, las caballerizas de la temida Guardia Civil, dos, el sótano y habitaciones de la Falange, y tres, la vieja fortaleza medieval conocida como Torre Nueva.
La prisión habilitada de la Iglesia de Jesús estuvo en funcionamiento desde mediados del mes de abril de 1939 hasta al menos enero o febrero de 1940. Por ella pasaron cerca de 300 personas entre hombres y mujeres.
La forma característica de proceder de las autoridades civiles y militares a la llegada al pueblo de izquierdistas, republicanos, y combatientes, «mutatis mutandis», nos la narra perfectamente Emiliano Rodríguez Garrote en su autobiografía arriba mencionada.
Llegado al pueblo un guardia municipal lo citó para el día siguiente en el «cuartelillo» de la guardia civil, donde le «metieron las manos en la cara» (sic), y le hicieron una ficha. Al día siguiente fue obligado a presentarse en la casa de Falange, donde volvieron a hacerle otra ficha. De allí salió con un grupo numeroso a barrer las aceras y plazas del pueblo como parte de la exhibición pública y el escarmiento sobre los vencidos.
A las pocas horas fue llamado de nuevo al «cuartelillo», y de allí salió en una cuerda de presos de unos sesenta, atados codo con codo con cuerdas de cáñamo, en dirección al campo de concentración de Santiago de Calatrava.
De él volvió horrorizado «el día 12 de mayo de 1939, coincidiendo con la celebración de la Romería de Alharilla, patrona de Porcuna» y de nuevo llevado a la casa de Falange. «No habían transcurrido quince minutos desde mi encierro en aquel sótano -nos dice- cuando provenientes del piso de arriba comenzaron a oírse desgarradores gritos, que sin duda eran propalados por mis compañeros de viaje al ser torturados (...)». «Sobre las siete de la tarde y coincidiendo con que la gente regresaba de la Romería de Alharilla, el centro de la población se encontraba atestado de público; entonces, para completar el folclore de la fiesta le cortaron el pelo a la infeliz mujer que había conmigo en el sótano, le dejaron un pequeño moño en lo alto de la cabeza, le colocaron un lazo rojo y en tan deplorables condiciones la soltaron a la calle constituyendo un espectáculo de júbilo y diversión (...) ».
De los sótanos de la Falange fue traslado a la Iglesia de Jesús. Rodríguez Garrote describe una imagen apocalíptica de los que allí se encontraban encerrados. «Un escalofrío recorrió mi cuerpo, -nos dice- al comprobar que varios de aquellos infelices estaban reventados debido a las enormes palizas recibidas, pues aunque muchos eran hombres relativamente jóvenes, en cosa de pocos días los habían convertido en ancianos aparentes completamente lisiados y hechos piltrafas humanas».
Rodríguez, sin explicitar, nos habla de los desaparecidos en alguno de los grados que los clasifica el historiador Moreno Gómez (2016), los desaparecidos sensu stricto o sensu lato. Un día, nos dice, se presentaron en la iglesia los matones de siempre, cogieron a un «tal Siles» y entre cuatro le metieron la cabeza dentro de un cubo con agua mientras los demás le propinaron una de aquellas descomunales palizas. El resultado: quedó muerto en el suelo y al «amanecer se lo llevaron para enterrarlo».
Otro caso de desaparición sensu lato fue el de un joven de Higuera de Calatrava, «le amarraron los brazos a la espalda, lo tendieron en el suelo, le amarraron los pies con una cuerda y lo colgaron en la parte inferior del púlpito de la iglesia con la cabeza hacia abajo». Tres días después, entre estertores y sollozos, moriría. «Una vez cadáver, el carcelero lo descolgó, lo envolvió en una manta de su propiedad y, al atardecer se lo llevaron», nos cuenta Rodríguez Garrote.
Siguiendo con la «escalada de terror», llegamos a lo que Rodríguez Garrote denomina «juicio fantasma». El 24 de agosto de 1939, en un antiguo palacete céntrico del pueblo, fueron sometidos a consejo de guerra sumarísimo 61 personas presas en la Iglesia de Jesús, entre ellas varias mujeres y dos menores de edad. El juicio no pretendía otra cosa que visibilizar la derrota y el castigo al que serían sometidos todos los «anti-España». El menú de acusaciones era variopinto. Muchas declaraciones venían firmadas por los acusados, otras no. Las declaraciones se obtenían mediante bárbaras palizas y las víctimas acababan firmando cualquier cosa que les ponían por delante. Donde no hubo firma, bastó con la huella dactilar de algún discapacitado intelectual o soplón obligado por los falangistas o el sargento de la guardia civil. Todo fue un esperpento en el desarrollo de dicho juicio, un mero trámite para la eliminación física, sin aportación de pruebas, sin esfuerzo por esclarecer los hechos y sin apoyos por parte del defensor.
De las 61 personas sentenciadas ese fatídico día, 23 fueron fusiladas, 8 fueron condenadas a reclusión perpetua, 12, a 30 años de cautiverio, 9, a 12 años de prisión y 6, a 6 años de cárcel. De 3 de ellos carecemos de información y condenas. Además, por las duras condiciones carcelarias, murieron en prisión 6 personas más.
Con estas sentencias ejemplarizantes se buscaba la sumisión y aceptación de las leyes de los vencedores, su modelo social y sus ideas. Es la desinfección definitiva de las «ideas disolventes», el marxismo, el laicismo, el republicanismo, … . ¡Cuántas vidas rotas, cuántas familias destrozadas en un clima de total impunidad, de desprecio y de bestialización de las víctimas!
DE LA TORRE NUEVA A LA FOSA CLANDESTINA: TORTURAS, SUICIDIOS Y ASESINATOS.
La antigua torre calatrava, conocida en Porcuna como Torre Nueva o de Boabdil, fue utilizada en posguerra como un verdadero centro de torturas, una especie de inframundo clásico como lugar del castigo eterno, donde los verdugos obtenían la información necesaria para inculpar a los reos, o sencillamente disfrutaban del placer efímero y el poder omnímodo que mostraban como opresores.
Dos testimonios orales nos contextualizan lo que tuvo que ser aquél infierno para los presos. El primero, el de una familia que vivía justo al lado de la fortaleza nos decía: «mi madre me contaba que mi abuela tenía que acurrucar a los más pequeños para que no lloraran al oír los tremendos gritos de los presos en la torre mientras les daban las frecuentes palizas, y de cómo alguno de ellos saltó, o «lo saltaron» desde la torre». También nos contaba que su madre «vio al que se tiró, o tiraron desde la torre, mientras otra vecina intentaba evitar que mi madre y otros niños lo vieran. También me cuenta cómo a base de palizas mataron a otro y que ellos lo oían todos los días gritar, … », de él hablaremos posteriormente. El segundo testimonio nos viene de la hija del que fuese primer bibliotecario de la recién inaugurada biblioteca pública durante la República. Fue detenido el 29 de abril de 1939 y tras pasar por las caballerizas del cuartel de la Guardia Civil, donde fue golpeado salvajemente por el sargento, lo encerraron en la Torre donde le siguieron torturando y le fracturaron una pierna. Allí, desde sus ventanucos, pese a sus súplicas, impotente y enojado, tuvo que contemplar el tránsito de la «caja de la caridad» en dos ocasiones: una el dos, y la siguiente, el siete de mayo de 1939. En ellas iban sus hijos Luis y Ramón, de 6 y 5 años de edad respectivamente. A él no lo dejaron asistir al entierro de sus propios hijos. Aquello le marcaría de por vida, se lamenta su hija.
Torre Nueva. ca. 1940
En esta mazmorra medieval, hoy museo arqueológico donde nada de esto se cuenta, al menos tenemos documentados tres o cuatro muertes que bajo diferentes eufemismos sobre la causa de las mismas, se esconde, sin duda, el asesinato o al menos la inducción al suicidio como consecuencia directa o indirecta de la represión y las torturas.
Por fortuna, aunque el régimen franquista siempre tendió al ocultismo de cualquier tipo de información, nos han llegado dos expedientes de consejos de guerra que incluyen entre su documentación las autopsias de sus víctimas. Aún así, nos vamos a centrar en un nombre concreto del que tenemos bastante información documental y por suerte, familiar, que nos ha sido de gran ayuda.
Juan de Mata Cespedosa del Pino vestido de militar
Estamos hablando de Juan de Mata Cespedosa del Pino, (a) Trepaollas, de 32 años en 1940, casado y con un hijo, militante socialista, a la sazón subjefe de la policía municipal desde febrero de 1936, y acusado por sus verdugos de todos los «crímenes y asesinatos cometidos en el pueblo». Sí, es él, a la que la familia colindante a la Torre Nueva «oían todos los días gritar» por las «palizas» que le daban. Proveniente de la prisión provincial de Jaén, ingresa en la de Porcuna el 22 de agosto de 1940, muriendo asesinado el 14 de octubre de ese año. En total, 52 días de martirio, 52 días que le sirvieron a sus verdugos para que firmase todo aquello que le pusieron por delante, y todo, porque el que era Jefe de Información e Investigación de la Falange de aquél momento tenía una vendetta personal con el que otrora fuese secretario del Ayuntamiento republicano de Porcuna, Manuel Fernández García. A principios de octubre se había intercambiado misivas con su esposa y mostraba optimismo y preocupación por su retoño. El día antes de su asesinato, su madrastra lo visitó, según nos cuenta la familia, y él estaba convencido que pronto lo trasladarían a la prisión provincial y que allí demostraría su inocencia. Por el contrario, al día siguiente encontró la muerte y en el registro civil aparece un lacónico fallecido por «estrangulación». Quizás fuese eso lo que temieron sus verdugos, que una vez en Jaén, como ya hicieron otros, negase todas las denuncias que él había firmado bajo coacción.
Practicadas las diligencias pertinentes por el juzgado municipal, «se encontró sobre un poyete papel blanco escrito con lápiz firmado por Juan Cespedosa, por el que se confiesa autor de detenciones, asesinatos y otros extremos relacionados con la revolución marxista, anunciado en la misma quitarse la vida y que a nadie se culpara de su muerte».
El examen llevado a cabo por los médicos actuantes, nada sospechosos, dicho sea de paso, de izquierdistas, estiman el siguiente diagnóstico y conclusiones: «la existencia del surco cervical producido por la cuerda, junto con la congestión pulmonar y meníngea, son hallazgos característicos de la muerte por ahorcadura. Las lesiones traumáticas en distintas zonas del cuerpo sugieren golpes o fricciones previas o concomitantes, cuya cronología exacta no puede determinarse con precisión», hablamos de las secuelas producidas por las continuas torturas a las que fue sometido durante 52 días: «hematoma en región fronto-temporal derecha; erosión superciliar izquierda; varios hematomas en región escapular derecha; erosiones en ingle, muslo y rodilla derecha; pequeños hematomas en escroto y pene; erosiones en codo derecho». La conclusión de los facultativos fue: 1. La muerte se produjo en la madrugada del 14 de octubre de 1940. 2. La causa de la muerte fue una asfixia mecánica por ahorcadura. 3. La etiología médico-legal (suicidio u homicidio) no puede determinarse con certeza dada la coexistencia de signos de ahorcamiento y múltiples lesiones traumáticas.
La «nota de suidio» dice así:
«Juan Cespedosa del Pino afirma que es responsable de los asesinatos cometidos en este pueblo, y de todas las detenciones efectuadas, y verdaderamente resultó que el Secretario D. Manuel Fernández (...) estuvo presenciando en el cementerio los fusilamientos de la noche del 14 de diciembre de 1936. Me quito la vida por no querer vivir en la España de Franco, no culpes de mi muerte a nadie. Juan Cespedosa (rúbrica) viva Negrín».
Como podemos observar en la rúbrica de la «nota de suicidio», ésta no coincide con la firma de Juan Mata en otros documentos, por lo que entendemos, sin ser expertos en grafología forense, que ésta fue falsificada. A esto hay que añadir que el primer día que lo interrogan él niega haber participado en ningún asesinato, pero ¡sorpresa!, interrogado dos días después, sí confiesa su participación en los mismos. ¡Milagros de las torturas!
Si atendemos, en otro estado de cuestiones, a la sentencia final a la que fue sometido Manuel Fernández García, pese a los intentos enconados de inculparlo en los asesinatos del cementerio la madrugada del 14 de diciembre de 1936, finalmente, el tribunal militar lo exculpa de éstos, pese a que el fiscal pedía la pena capital. En dicho expediente, que no tiene desperdicio, varios reos se desdicen de lo que afirmaron en Porcuna, y ahora en Jaén, sin coacciones, afirman que firmaron varias declaraciones bajo tortura y malos tratos. Hay incluso quien afirma, un falso testigo discapacitado intelectualmente, que las denuncias las redactaba directamente el Jefe de Información e Investigación de Falange, y luego le hacían estampar la huella dactilar en un papel sin conocer su contenido por no saber leer, y después le explicaba lo que tenía que decir cuando fuera llamado por los jueces a declarar.
Pero no solo fueron las víctimas las obligadas a base de torturas a denunciar a sus convecinos, si no que, en un alarde de impunidad, uno de los guardias municipales que atormentó a Juan de Mata Cespedosa, afirma que lo «maltrataron de obra» (sic), especialmente un guardia civil, y que él también participó en las palizas, para que inculpara al secretario del ayuntamiento.
Gracias al expediente de Juan Cespedosa del Pino y al de Juan Cámaras del Moral, y a sus terribles finales, sabemos con bastante certeza a qué fosa fueron a parar sus cuerpos y la de los demás asesinados o suicidados en la Torre Nueva, Iglesia de Jesús, e incluso, aquellos otros, que encausados o no, murieron en sus casas por enfermedades o secuelas de las palizas, amén de todos aquellos que aparecen como cadáveres desperdigados por diversos puntos del término municipal en ese verano de 1939.
En las diligencias de sepelio de Juan de Mata Cespedosa se dice: el enterramiento tendrá lugar en «en el cementerio civil de esta población (detalle éste muy importante, pues automáticamente descarta el católico), en una fosa existente a la izquierda de la puerta de entrada (...)». En cuanto a Juan Cámaras del Moral, la diligencia de sepelio dice: «que ha quedado depositado en una fosa de la parte izquierda de la entrada, (...)».
Localización de la posible fosa común de posguerra en el cementerio civil de Porcuna
Por tanto, teniendo en cuenta las diligencias del sepelio, y para concluir, pese a los cambios producidos en el cementerio municipal de Porcuna, tenemos bastante certeza que la fosa se encuentra justamente a la izquierda bajando las escaleras del segundo cuerpo del cementerio viejo. Se trata de una fosa común de beneficencia, que en el momento de los asesinatos o suicidios estaba abierta en el recinto cementerial para acoger los enterramientos de caridad.
Los familiares, a día de hoy, siguen desconociendo dónde se encuentran sus seres queridos, pues uno de los objetivos del franquismo, como afirma Gil Bracero (2024), además de la anulación física del adversario político, sería borrar la memoria personal o pública de sus víctimas, lo que durante décadas ha dejado marcadas traumáticamente a varias generaciones de familiares que han añorado simplemente poder buscar, identificar y dar digna sepultura a sus seres queridos, mientras el luto suspendido todavía es una lacra negativa que pesa sobre la plena recuperación de los derechos ciudadanos en una democracia de primer nivel.
Muchas gracias por su atención.
Granada, 8 de septiembre de 2025
PD: el resumen de la comunicación os la podéis bajar en pdf aquí.
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