Ubicación de la fosa de El Coronil, Sevilla. Se calcula que en ella pudiera haber 90 fusilados
Mi abuelo, MANUEL GARCÍA SORIA nació
el 11 de mayo de 1889 en Puerto Serrano (Cádiz). Era el segundo de los
tres hijos de una humilde familia andaluza. A pesar de sus orígenes,
siempre mostró predisposición hacia la lectura, por lo que sus padres
contrataron a un maestro del pueblo para que le enseñara a leer y a
escribir, en base a un trueque por simples productos del campo. Su
hermana pequeña Rosario aprovechó también estas enseñanzas para aprender
a leer y a escribir. Cuenta mi madre, que era tal el arte que
desprendía mi tía abuela Rosario que cuando leía en la puerta de su
casa, siempre acudía alguna vecina para pedirla que leyera en voz alta,
de tal forma que al final se congregaban muchos vecinos pertrechados
cada uno con una silla de su casa para escucharla.
Mi abuelo, se casó con MARIA DEL CARMEN MARISCAL FUENTES,
con la que tuvo ocho hijos. Se trasladaron a vivir a Ruchena (Sevilla),
donde mi abuelo arrendó unas tierras, 22 fanegas, que labraba para
sacar a su familia adelante. Su profesión era jornalero, pero sus
inquietudes iban más allá de las labores del campo. En sus ratos de ocio
leía a Cervantes, a Samaniego. Según mi madre recuerda en su casa había
muchos libros, cosa inusual en aquella época, incluso hasta ella misma
aprendió a leer con aquellos libros.
Mi
abuelo, más conocido como “Padre Santo”, siempre estaba dispuesto a
ayudar a los demás, esta circunstancia unida a su habilidad, en aquellos
tiempos, para la lectura provocó que muchos compañeros, jornaleros como
él, le pidieran ayuda para resolver sus problemas. Mi abuelo no sólo
enseñaba sus derechos a sus compañeros sino que además a muchos les
enseñó a leer y a escribir para que los “señoritos” no pudieran
explotarles tan fácilmente. Esta actitud provocó animadversión, recelos y
odios entre los que regentaban el poder en el pueblo.
En
octubre de 1936, mi abuelo contaba 47 años, tenía siete hijos, la mayor
de 12 años, el menor no contaba dos años, y uno en camino, cuando
aparecieron en su casa, de noche, un grupo de hombres afines a los
falangistas, que detuvieron ilegalmente a mi abuelo para llevarlo a la
Cárcel (real o improvisada) de El Coronil (Sevilla), acusado de provocar
a la rebelión a los obreros.
Captura de pantalla de la fosa de El Coronil (Sevilla)
Mi
abuela, a pesar de su estado, no permitió que se llevaran sólo a mi
abuelo, se marchó también con aquellos hombres, hasta que no la dejaron
entrar en la prisión.
Durante
siete días acudió a ver a mi abuelo a la cárcel, contándole como
estaban los niños, las tierras, y ella misma. Al octavo día le dijeron
que no conocían a nadie con ese nombre, y que allí no estaba su marido.
Nunca más se supo de mi abuelo.
Mi
abuela se quedó sola con siete hijos, la mayor, mi tía María que tenía
12 años, y el menor, mi tío Manuel que tenía 16 meses, y además,
embarazada de seis meses de mi tío Juan, por lo que el futuro lo veía
muy negro.
Sin
embargo no contaba con la cosecha que había sembrado mi abuelo, que no
sólo era de trigo, sino también de buenas personas, no en vano a mi
abuelo le llamaban Padre Santo.
Durante
siete largos años, algunos compañeros de mi abuelo, acudieron a
sembrar, arar, segar, cosechar, las tierras arrendadas por mi abuelo,
sin pedir absolutamente nada a cambio.
Hay
que tener en cuenta, además, que ellos ya tenían su propio trabajo en
el campo, y muy duro por cierto, y que una vez acabado acudían, sin
tener compensación ninguna a labrar las tierras de mi abuela.
Desgraciadamente
mi madre tenía 4 años (este año cumple 80 años) cuando desapareció mi
abuelo, y no recuerda los nombres de todos aquellos hombres buenos, sólo
los de algunos, Antonio Rete, José Campanario, y Antonio Perea..., pero
fueron muchos más.
Éste
último, Antonio Perea, tenía un hijo de 12 años que le acompañaba a
veces a sembrar aquellas tierras de la abuela, y al final su hijo acabó
enamorándose de la hija mayor de mi abuelo, María, y ahora es mi tío
José Perea.
Diez
años después de la desaparición de mi abuelo, cuando se iban a casar
José, el hijo de Antonio Perea, y María, la hija mayor de mi abuelo que
ya contaba con 22 años, el cura le dijo a mi abuela que o certificaba en
un documento que su marido, mi abuelo, estaba muerto o no casaba a su
hija, mi abuela se negó rotundamente, por lo que al final el cura tuvo
que claudicar y casarlos.
Hace
76 años que desapareció mi abuelo, sin embargo, mi madre todavía no
puede hablar de él sin emocionarse, y acabar llorando, herencia que me
ha transmitido, y que yo a mi vez transmito a mi hijo mayor, de 10 años.
Yo
soy la hija pequeña de la sexta hija de mi abuelo, soy la que ha
recogido el testigo de la familia, y espero que mi madre logre alcanzar
el sueño de conocer dónde está enterrado su padre.
Eva María Blanco García
Texto remitido por la autora el 6.06.2012, a la que le agradecemos su aportanción y experiencia.
Apartado de correos nº 47-23790. Porcuna (Jaén)
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